Al bucear, lo
primero que experimentamos es la sorprendente
sensación de ingravidez. La sensación de flotar libremente en un
medio tridimensional, nos regala el sueño de volar y evolucionar a
nuestro antojo. Al bucear, rasgamos la frontera prohibida para
sumergirnos en un medio vetado al ser humano hasta hace pocos años.
Y entonces son los peces los que nos descubren a nosotros, los
intrusos seres de las burbujas.
© fotografía A.Piedra (Misool
Raja Ampat)
Que diferentes
resultan los peces al verlos muertos en las lonjas de los pescadores.…
Por el contrario en el mar transmiten su graciosa y delicada
“personalidad” subacuática. Qué trasgresión no ver en ellos más que
un producto comercial cuyo valor es su precio como alimento al
peso... Al bucear rodeados por la sorprendente biodiversidad,
aprendemos a apreciar su verdadera importancia y el respeto por
preservar sus formas de vida. A proteger la existencia de estos
bellos pobladores del océano, en donde se originó la vida en nuestro
planeta, y que con el tiempo y la evolución
condujo a nuestra propia existencia, la de los seres humanos.
© fotografía A.Piedra (Misool
Raja Ampat)
Descubrir la
intensidad de la vida
El buceo nos
permite pasar largos periodos debajo del agua deambulando como si
fuéramos uno más dentro del complejo ecosistema marino. En muchas
expediciones de buceo se llegan a hacer 5 inmersiones al día de más
de una hora de duración lo que significa pasar unas 6 horas diarias
debajo del agua. Así, no es raro en ocasiones ya estando en el barco
tras finalizar la jornada, cerrar los ojos y sorprenderte al ver
imágenes submarinas como si estuvieras de nuevo buceando. Curiosa
alucinación, tan bella como real.
En las
inmersiones de arrecife, lo más apasionante es observar la
interacción de los animales con el entorno, con los otros peces y
descubrir incluso la interacción de la vida marina con nosotros
mismos.
El mar es
infinitamente más de lo que solemos expresar
al hablar de él. De hecho todo el mundo habla del mar para describir
exclusivamente esa capa límite superficial en la que navegamos con
nuestros barcos, nos bañamos o flotamos. Pero el mar NO es esa
frontera en donde se manifiestan las olas y donde rugen los vientos.
El mar es todo su volumen, toda su riqueza, toda su vida, el lugar
sereno, imperecedero y eterno en donde ahora gracias a la técnica,
podemos vivir en él cómo uno más de sus habitantes marinos.
Desde hace
solo algunas décadas, podemos bucear de forma autónoma y descubrir
las diferentes formas de vida subacuáticas. Pero sobretodo son los
seres marinos los que nos descubren a
nosotros, buzos humanos. En las inmersiones descubrimos criaturas
ágiles, divertidas, variadas y rebosantes de vitalidad, en un mundo
tan duro y competitivo para la vida como lo es la vida terrestre. En
cada rincón del planeta descubrimos en el mar nuevos animales, y
especies endémicas tan variadas como fascinantes y en ocasiones
incluso desconcertantes.
Y es este
descubrimiento el que nos abre la mente y nos enriquece de forma
personal. A medida que comprendemos la biodiversidad de la vida,
disminuye el banal sentimiento antropocéntrico, y con ello se
disuelve en alguna medida parte del ego que arrastramos y nos
desconecta del mar y sus habitantes acuáticos.
Entonces se
hace evidente la terrible trasgresión que comete continuadamente el
ser humano contra su entorno y contra los océanos. La mar que nos
dio la vida y de la que dependemos para nuestra supervivencia como
especie, está profundamente amenazada por el ser humano. Si muere el
mar, morimos también. ¿Por qué no lo asimilan
los gobernantes y demás personajes políticos que toman las decisiones en los
países del mundo? ¿Tan necia es la
ignorancia?
La vida submarina
Al observar a
los peces, su territorialidad, su conducta, sus hábitos, nos
sorprendemos de lo complicado que puede llegar a ser su
comportamiento. No sabemos prácticamente nada de ninguna de las
especies y sin embargo, o quizás por ello, las tratamos con absoluto
desprecio. Arrasamos los mares como quien destruyera una obra de
arte sin reconocer su preciado valor.
Recuerdo el
primer y alucinante cambio de color al plantarme delante de un bello
ejemplar de pulpo de arrecife. Bruscamente su cuerpo cambió de tono
adaptando su pigmentación al de las rocas del entorno. Un par de
segundos después adquiría un color marrón oscuro uniforme mientras
me miraba de reojo a medida que reptaba entre las oquedades del
arrecife. El cambio es tan radical y rápido que impresiona siempre
que lo podemos observar.
Estando en el
mar de Filipinas pudimos presenciar en una ocasión,
una divertida escena que ponía de manifiesto la inteligencia de los
cefalópodos. Un pequeño pulpo se escondía debajo de la arena en la
que había escarbado una cavidad. Maniobraba sus tentáculos como si
fuera una pequeña grúa, tomando un pequeño fragmento de concha que
era utilizado a modo de techo para así permanecer escondido y
agazapado acechando a sus posibles presas.
Aprendimos que
las morenas no tiene la boca abierta para intimidar, sino
para “respirar” el oxigeno del agua, o como se dejan “acariciar” si
te aproximas con “mimo” a sus serpenteantes lomos.
Cada mar del
planeta tiene sus propias sorpresas que en ocasiones parecen sacadas
de las mentes de los cineastas más fantasiosos, como por ejemplo las
sorprendentes ostras eléctrica que emiten “chispazos” como si fueran
luces LEDs submarinas. A lo largo del perímetro de su tejido vivo y
con una cadencia de un pulso, cada uno o dos
segundos se produce una pequeña traza luminosa de color verde
fósforo, como si de una luciérnaga marina se tratara.
No podremos
nunca olvidar un increíble encuentro con una inteligente sepia de
unos treinta centímetros de longitud, que muy lejos de parecerse al
producto sin vida de cualquier supermercado, nos dejó atónitos por
su comportamiento iridiscente. Al sentirse nerviosa por nuestra
presencia toda ella se convirtió en un alucinante emisor de señales
visuales haciendo recorrer a lo largo de su cuerpo hipnóticas
franjas paralelas que iban barriendo lentamente el lomo desde su
cabeza hacia atrás, con fantasmagóricas bandas vibrantes de tonalidades
moradas.
Por ejemplo,
en el norte de la isla de Sulawesi en Indonesia viven extraños peces
diablo que parecen sacados de una película de ciencia ficción.
Aunque pueden nadar, prefieren reptar por el fondo con sus dos
aletas convertidas en garras. Su color parduzco oscuro les permite
mimetizarse con el fondo aunque si les llegas a asustar, salen de
estampida avanzando de un solo salto un par de metros mientras
despliegan unas alas con las que planean a ras del fondo arenoso y
que recuerdan a las de un murciélago aunque con una membrana de
color rosa fucsia chillón que destaca escandalosamente buscando
asustarnos, o sorprendernos,
para que le dejemos tranquilo.
Muchos
aficionados al buceo son arrebatados por tanta belleza expresadas
por los científicos bajo anodinas palabras como mimetismo,
biodiversidad o fisiología. Pero es mucho más que eso. Esta es la
razón por la que muchos buceadores se
aficionan a la fotografía submarina para registrar tanta belleza,
cromatismo, sorpresa y belleza. Al fijarnos para sacar las mejores
fotos, comenzamos a penetrar en sus comportamientos,
en sus costumbres. A descubrir algunas pequeñas claves de sus
secretos sistemas de vida, de sus lenguajes
ocultos.
La
imponente belleza de los tiburones
Que
nefasta han sido películas como “Tiburón”
del cineasta Spielberg, y qué daño y
desinformación han originado. Respecto a la supuesta
peligrosidad del tiburón conviene poner las cosas en
perspectiva.
Al año
mueren de media unas 5 personas debido a los tiburones en TODO
el planeta, frente a por ejemplo 30 niños atacados mortalmente
por perros domésticos o 1.500 personas que
mueren por la caída de un rayo. Y en las pocas decenas
de ataques registrados, la mayoría son provocados por los
humanos. Sólo unas pocas especies de
tiburones son responsables de dichos ataques. La mayoría de
las especies de tiburones jamás atacan al ser humano.
Pero
mientras tanto, los insensatos pescadores arrasan año tras año
100.000.000 “cien millones” de tiburones en todos los
mares del planeta, lo cual además de ponerlos en eminente
peligro de extinción, elimina a los “limpiadores” de los
arrecifes coralinos verdaderas granjas donde se genera la vida
de los océanos.
Los
tiburones son uno de los animales más extraordinarios del
planeta que han existido desde hace más de 450 millones de
años, contemporáneos de los dinosaurios, poblando los océanos
antes de que los vertebrados terrestres habitaran la tierra, e
incluso antes de que muchas plantas se desarrollaran en los
continentes. Las especies actuales han
estado ahí desde hace 100 millones de años y sólo
debido al ser humano, están ahora a punto de desaparecer por
la brutal presión de los pescadores en las últimas dos
décadas.
Su
anatomía ha ido mejorando a lo largo de tan largo desarrollo
hasta alcanzar capacidades fantásticas al margen de su
intrínseca belleza. Por ejemplo, el
tiburón Toro puede vivir en ambas aguas,
salada y dulce, en búsqueda de
alimento. El longevo tiburón Zorro llega a vivir 100 años. Son
animales curiosos y en muchas ocasiones dóciles capaces de resolver problemas en la búsqueda de su
alimento.
Mucho de
ellos cazan en solitario, mientras que otras especies
colaboran en equipo para desplazas a sus presas a lugares en
los que poderlos cazar con mayor facilidad. En los arrecifes
de Palau en Micronesia fuimos testigos de cómo una manada de
tiburones punta blanca regateaban entre los huecos del
arrecife para empujar a sus presas en un ejercicio de
potencia, agilidad y habilidad que pone de manifiesto la
verdadera majestuosidad de estos animales.
Se les
ha visto en ocasiones divirtiéndose juntos, lo que muestra una
faceta inédita de ellos. Cuando duermen recostados en el fondo
arenoso o dentro de una cueva submarina, una
parte de su cerebro sigue en activo vigilando el entorno. Son
capaces de nadar a enormes profundidades de hasta 3.000
ó 4.000 metros.
Nadar
con tiburones manteniendo el respeto que evocan, es un
completo disfrute. Deleitarse de su estilizada natación, la
belleza de sus curvas, su inmejorable diseño hidrodinámico. El
encuentro con los tiburones es siempre fantástico y excitante.
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Si el mar es
de todos,…. ¿Por qué los pescadores tienen
“patente de corso” para depredar y aniquilar toda forma de vida en
el mar? La pesca como profesión ha heredado unas
prebendas, que si bien en el pasado eran
soportables, ahora se manifiestan totalmente insostenibles e
intolerables. Se impone un cambio de paradigma social que defienda y
proteja los mares, la vida marina por sí misma.
Interaccionar con
la vida submarina
Para los peces,
a diferencia de los animales en tierra, el buzo no implica ningún
peligro pues genéticamente no han desarrollado ningún miedo atávico
hacia el ser humano como ocurre con los animales terrestres. Para
ellos, somos algo tan nuevo como extraño.
Los pequeños y
coloridos peces limpiadores ven en nosotros un “cliente” más a quien
limpiar si permanecemos inmóviles en la estación de limpieza, con
seguridad más de uno se acercará a limpiarnos y desparasitarnos
mientras nos rondan a pocos centímetros de las gafas de bucear. Pero
los peces rémora también nos toman en ocasiones por algún gran
cetáceo y a poco que uno se despiste puede verse acompañado por
varios ejemplares como bien pudimos experimentar en sitios como el “Blue
Hole” de Belize.
A pesar de la
enorme diferencia de tamaño, muchos peces payaso no dudarán en
lanzarnos un inocente pero valiente mordisquito para ahuyentarnos si
nos aproximamos con descaro a su anémona en la que se esconden y
protegen a sus minúsculos hijos. En algunas
otras ocasiones, como por ejemplo en los
fondos arenosos de la isla de Cozumel, nos
sorprendimos al comprobar cómo algunos peces se lanzan en picado
contra el fondo para enterrarse en la arena como auténticos
zapadores, para emerger de nuevo al agua unos segundos más tarde y a
unos cuantos palmos de distancia desde donde siguen nadando.
Bucear está
lleno de pequeños y preciosos momentos que a veces lleva años volver
a repetir. Recuerdo la fantástica danza sincronizada de un crinoideo
en vuelo de una roca a otra, batiendo sinusoidalmente sus numerosos
y coloridos brazos con gracia y armonía, en un hipnótico ballet de
movimientos perfectamente simétricos y equilibrados.
La percepción del
mensaje
Existen
ocasiones en las que el "mensaje" se produce sin lugar a dudas, aunque
no podamos hablar el lenguaje de los peces o de los mamíferos
marinos. Son las experiencias más ricas e intensas.
En una ocasión
en Micronesia tuve la suerte de poder bucear en paralelo durante
varios minutos a sólo un metro de distancia
de una preciosa manta águila que me miraba de reojo en mitad de un
agua cristalina con una visibilidad de unos 40 ó
50 metros. La experiencia es impresionante y majestuosa. Las “eagle
ray” no son tímidas y te deja nadar junto a ellas,
pero sin perderte de vista con su pupila viperina parecida a la de
los tiburones. En un momento dado, decidí acercarme más a ella, lo
cual la detuvo en seco mientras levantaba bruscamente su cuerpo
entero a la vertical sin ni siquiera girar para enfrentarse. El
mensaje no podría ser más claro… “si quieres pasear conmigo vale,
pero no te acerques ni un pelo más...”. La
práctica totalidad de los animales marinos son totalmente pacíficos
con el hombre y hay que molestarlos a conciencia para que se
defiendan. Jamás nos hemos visto envueltos en situaciones
comprometidas por culpa de seres marinos, aunque sí que hemos
corrido peligros serios por culpa de corrientes o por imprudencias
en el uso de los tanques de aire.
En cierta
ocasión encontramos en una oquedad de la roca una familia de peces.
Allí estaban al fondo de la cueva un gran mero detrás del cual se
escondían 4 ó 5 pequeños de sólo
unos centímetros de tamaño, y delante a medio metro de distancia y
protegiendo la entrada otro gran ejemplar algo
mayor, que me miraba directamente a mis ojos. No sé cómo lo hacen,
pero todos los peces saben dónde está nuestra mirada a pesar de
nuestra máscara de buceo. Yo me movía despacio y él giraba conmigo
manteniendo la distancia y sin ningún signo de inquietud o
preocupación, pero transmitiéndome una clara petición de dejarlo en
paz y tranquilo.
Todavía hay
hombres que encuentran placer en quitar la vida a otro ser vivo.
Jacques Mayol, antes de convertirse en un gran defensor de la vida y
del mar, era un aficionado más a la pesca submarina. Pero un día tuvo
una experiencia reveladora al arponear a un pobre mero que huyó
despavorido a esconderse en una pequeña cueva submarina en la que se
produjo un forcejeo mientras el pez luchaba por su vida. En esta
desigual lucha, una de sus manos se deslizó por el interior de la
oquedad tratando de asustar y sacar al mero de su escondite. Sin
quererlo tocó su cuerpo. Sintió de golpe el galopar desbocado de su
corazón desesperado y de pronto comprendió el pavor y el pánico que
sentía aquel ser inocente. Tan fuerte fue el sentimiento de
vergüenza y sin sentido que Jacques experimentó, que jamás volvió a
tirarse al agua con un fusil de caza submarina.
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