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Cabo de Hornos:

un infierno de vientos, corrientes y hielos

 

Situado en el extremo sur del continente americano, Hornos es un acantilado de 425 metros de altura situado al sur de una isla de apenas 12 kilómetros cuadrados. Frontera septentrional del pasaje de Drake, estrecho de 650 kilómetros de anchura que separa América del Sur del continente Antártico, donde tierra y mar son constantemente barridos por vientos que alcanzan los 100 kilómetros por hora bajo temperaturas heladoras.

En Hornos se dan las condiciones perfectas para pasar miedo. Frecuentes tempestades, icebergs inadvertidos y corrientes capaces de levantar las olas más temibles y gigantescas. Estamos en la latitud 56º Sur, con vientos dominantes del Oeste conocidos como los 40ª rugientes y los 50º aulladores. Vientos del extremo sur incapaces de detenerse pues no hay tierras que los interrumpan.

Doblar el legendario Cabo de Hornos está considerado, aún hoy en día, como el “Everest” de la navegación deportiva. Hornos marca el punto que separa el continente americano de la Antártida, y se caracteriza por la presencia de icebergs, fuertes vientos y oleaje extremo que hacen que este lugar presente las condiciones de navegación más duras de los mares del Sur.

 

Olas de pesadilla

 

 

Las olas pueden llegar a ser tremendas. Cuando los vientos soplan en sentido contrario al de la corriente marina que da la vuelta al polo se puede asistir a un espectáculo dantesco. Los huecos entre ola y ola son verdaderos agujeros a los cuales se suman y contraponen olas gigantes que alcanzan hasta los 30 metros, y son descritas por los marinos como verdaderos muros de agua que aparecen repentinamente para machacar el barco.

 

 

Y por si no fuera suficiente aparecen los icebergs formando el escenario perfecto para una película de miedo. Hornos sigue suscitando la fascinación y el respeto de todos los auténticos marinos, incluso de los más aguerridos.

 

  

Se trata del cabo más austral de los tres grandes cabos, junto con el de Buena Esperanza en Suráfrica y el cabo Leeuwin en Australia.

Hornos se encuentra en la latitud 56ºS, lo que obliga a los navegantes a adentrarse en los "cincuenta aulladores" y los "sesenta bramadores", con peligrosos vientos que soplan por debajo de la latitud 40ºS, cuya fuerza se incrementa en este punto por el "efecto embudo" que se genera entre la cordillera de los Andes y la Península Antártica en el pasaje de Drake.

El fuerte viento reinante en la zona es el culpable de provocar las peores tempestades. Por si fuera poco, en esta zona el fondo marino asciende bruscamente lo que origina corrientes de direcciones contrarias que a su vez provocan olas gigantes de hasta 30 metros y de direcciones impredecibles.

 

En 1616, el holandés Willem Schouten descubrió un paso navegable al sur del estrecho de Magallanes al que bautizó con el nombre de su ciudad natal: Hoorn. Cuarenta años antes, el corsario inglés Francis Drake comprobó en primera persona la dureza de la navegación en estas latitudes cuando un temporal le llevó hasta la peor zona del hemisferio Sur, mientras intentaba llegar a Asia a través del estrecho de Magallanes. El paso por el cabo se consolidó como una importante ruta marítima mundial, y hasta la construcción del canal de Panamá, en 1914, fue la única vía marina que conectaba las costas Este y Oeste de los Estados Unidos.

 

La fama del cabo de Hornos se extendió y se convirtió en el mayor reto para todos los navegantes del mundo, en parte por la alta cantidad víctimas debidas a sus peligrosas aguas. Los desastres eran habituales y sólo entre 1850 y 1900, más de un centenar de barcos naufragaron en las inmediaciones del cabo, algunos estrellados contra rocas o hielos flotantes y otros por no poder soportar la fuerza de los vientos. Los marineros y piratas de la época adoptaron la costumbre de ponerse un pendiente en forma de aro en la oreja que simbolizaba haber sobrevivido al paso del peligroso cabo.

Hornos sigue siendo hoy en día una auténtica prueba de fuego. En 1968, el Sunday Times organizó la primera competición náutica de vuelta al mundo para solitarios, la Golden Globe, que únicamente fue completada por uno de los nueve tripulantes que tomaron la salida, el legendario Robin Knox-Johnston. Uno de sus rivales, el francés Bernard Moitissier, que no comulgaba con los intereses comerciales de la regata, tras cruzar el cabo de Hornos renunció a subir el Atlántico para completar la circunnavegación y se dirigió al Índico por segunda vez para seguir navegando.

                   

Moitessier cuenta esta historia en su libro "El largo viaje", en el que se refiere así al temible cabo: "La pequeña nube sobre la luna se movió hacia la derecha. Miré. Allí está, tan cerca, a no más de 10 millas de distancia y justo bajo la Luna. Y no hay nada más excepto el cielo y la luna jugando con el cabo de Hornos. Miré. Apenas podía creerlo. Tan pequeña y tan grande. Una colina, pálida y gentil; una roca colosal, dura como el diamante".  

 

 

"El largo viaje"

 

DIEZ MESES NAVEGANDO SOLO, ENTRE CIELOS Y MARES. En la obra descubrimos la audacia, calculada y prudente, de un marino fuera de serie que decidió llegar hasta el límite de la resistencia humana y de la de su barco, sobre un mar a veces en calma y a veces rugiente como una fiera. 37.455 millas sin tocar tierra.

 

 

En ocasiones también descubriremos la belleza sus agrestes costas que a veces sorprende por la tranquilidad de su agua azul ultramarino. Efímeros momentos pues la mayor parte del tiempo encontraremos olas verdosas y agitadas que interpelen al navegante frente a la inmensidad. Más allá de este paisaje se tejen los vínculos entre los marinos y sus barcos, consolidando las vivencias más duras.

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