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Arrollados por un mercante

 

 

¿Se imagina ser embestido en su velero y en mitad de la noche por un mercante? El hecho tuvo lugar hace sólo unos meses al sur-oeste de Cádiz y pone de manifiesto la peligrosidad e impunidad de la navegación comercial.

Navegábamos a buena velocidad con 20 nudos de viento por el través de babor que hacían volar a nuestro Formosa 41 a 7 nudos, ávido por alcanzar la Península Ibérica tras un mes y medio de tediosa navegación transatlántica durante la cual tuvimos que lidiar con 3 temporales, olas

amenazantes y una mar embravecida de fuerza 9 que nos mantuvo en mitad del Atlántico escondidos bajo cubierta durante más de 6 días seguidos. 

Ya sólo nos faltaba una jornada de navegación para alcanzar las costas españolas y poner punto final a una aventura de 6 meses, en la que descubrimos infinitos rincones de exuberante belleza a lo largo de todo el Caribe.

Por fin llegábamos a España y hasta nuestro velero parecía alegrarse de ello. Incluso los Dioses nos regalaban un viento perfecto para nuestro último día de navegación, tras 44 jornadas de tediosas ceñidas y vientos de morros. Aunque ya oscurecía, decidimos mantener todas las velas y recortar millas a buen ritmo.

Marcos como buen capitán, charlaba en silencio con su Formosa y para esa noche le pidió avanzar con todo el velamen arriba, a punto de tomar un rizo que sin duda el velero solicitaba. Las ganas de alcanzar las costas españolas le decidieron a mantener la mayor izada y toda la génova desenrollada, al límite de trapo. El velero realizaba una bella singladura dejando tras de sí una estela perfecta trazada con tiralíneas sobre el océano rumbo a la bahía de Cádiz.

Baldo se encontraba de guardia a eso de la una de la mañana mientras Marcos y su mascota “Alf” descansában a pierna suelta en la litera del camarote de proa. A la una y media de la mañana y tras otear de nuevo el negro horizonte, Baldo bajó a preparar una cafetera y a despertar a Marcos a quien le tocarían las siguientes 3 horas de guardia.

 

Horror instantáneo

Navegábamos en un Atlántico solitario arropados por la oscuridad de la noche. De repente y sin más, se desata la debacle…

Un ronco y terrible crujido nos lanza por los aires mientras vemos horrorizados como una caudalosa y oscura vía de agua brota a borbotones entre la unión del casco y la cubierta inundándolo todo. El velero se ha escorado brutalmente sobre su costado de estribor y ahora da un golpe de péndulo, mientras intentamos agarrarnos y entender lo que nos está ocurriendo. El Formosa se queja herido de muerte mientras se esfuerza con nobleza en buscar el adrizamiento.

Los dos primeros segundos son de total confusión y desconcierto. ¿Qué pasa? No entendemos nada. ¡Joder hemos chocado con algo enorme! El agua sigue entrando a chorros mientras intentas dejar de alucinar y piensas… “Esto no me puede estar pasando. No puede ser. ¿Pero qué ocurre?”

La fría temperatura del agua y la intensidad del momento no dejan lugar a dudas. No es una pesadilla. Es algo real y está ocurriendo aquí y ahora… ¡Nos estamos hundiendo a toda leche!

Baldo sale a la bañera y oigo gritar...  ¡¡¡un barco, un barcoooo!!!!  Salgo al exterior de un salto y veo desfilar lentamente como a cámara lenta aquella enorme mole oscura de un millón de metros de longitud que se desliza a tres palmos de nuestra amura, durante varias decenas de segundos eternamente lentos.

Nuestro velero navegaba hacia su costado constantemente pero la ola del mercante no dejaba que se volvieran a tocar. Durante los constantes acercamientos al mastodonte de acero, la ola de choque nos embarcó toneladas de agua sobre la bañera.

 

No han pasado ni dos minutos y emitimos un “May-Day” por el “16” de nuestra VHF, dirigido al mercante asesino. No recibimos respuesta alguna. Repetimos una y otra vez el mensaje de emergencia pero la radio quedó muda. Parece claro que nos vamos a pique pues la vía de agua es muy importante y el interior se está inundando sin remedio. Rápidamente nos pusimos a desalojar el agua con todo lo que teníamos a mano.

Salimos a fuera a evaluar los daños del casco y vimos toda la jarcia suelta, como si los cables fueran drizas flojas. Fui al pie de mástil para bajar la mayor y comprobé con gran estupor como el palo se mantenía de pie aguantado solo por la fogonadura de cubierta. El velero daba muchos tumbos por el oleaje y temía horrorizado que el palo me pudiera caer encima. Para colmo, el carril de la mayor estaba bloqueado y no había manera de bajar la vela. Me costó 20 minutos de esfuerzos y mucha tensión.

Arrancamos la bomba de achique. El agua lo inundaba todo. El nivel ya llegaba a la mitad de altura del motor diesel y las bombas trabajaban a toda pastilla. El panel de electrónica, la radio Blu, el radar, el AIS y demás instrumentos se habían echado a perder. Todas las pertenencias estaban empapadas y los armarios inferiores sencillamente estaban desaparecidos bajo 50 centímetros de agua.

Cortamos como pudimos los tubos de aspiración de refrigeración del motor para que este chupara el agua del salón inundado. Retirábamos agua con cubos sin parar. Fruto de tan arduo trabajo, al cabo de media hora teníamos la sentina casi seca mientras el barco navegaba asustado y a toda máquina hacia las costas más cercanas de Portugal.

El agua había chorreado por toda la electrónica y por ello navegábamos a compás y sin piloto automático, mientras vimos aparecer los destellos del faro de Portimao. La avería estaba contenida con trapos apretujados entre las resquebrajadas maderas del boquete.  El Formosa navegaba ahora con una fuerte escora y sin apenas jarcia fija capaz de sujetar el palo. Enrollamos el Génova y cogimos las burdas y las drizas de espi y trinqueta, para afianzar el conjunto lo mejor que pudimos.

Finalmente dejamos aparejado el barco con mesana arriba y motor a toda pastilla rumbo hacia las costas portuguesas. Alf, nuestra pequeña mascota percibía la tensión del momento y nos ayudaba sin un solo ladrido, sereno infundiéndonos tranquilidad. Estábamos desolados navegando sin cambiar palabra y con el ruido del motor como único sonido de fondo. Sentados en la cama de estribor contemplábamos como el agua entraba sin remedio por la banda de babor mientras que los kilos de agua salada aportados a la sentina eran evacuados por los achiques improvisados con el motor y la bomba eléctrica.

Durante toda la travesía por el Caribe el arranque del motor diesel resultó tedioso, y cada día al intentar arrancar, nos veíamos obligados a contactar el relé de arranque a mano, mientras le dábamos martillazos al motor de arranque y simultáneamente el otro le daba a la llave de contacto. A menudo eran necesarios varios intentos hasta conseguir poner el motor en marcha. Sin embargo, cuando tras el accidente intentamos arrancar el motor, éste respondió impecable al primer toque. Nuestro velero entendía que la situación no daba margen para hacerse rogar. ¿Había “tensa energía” en el ambiente, o bien el espíritu de nuestro Formosa se percató de la crítica situación?… Lo cierto es que el motor contra todo pronóstico respondió al instante.

Empezaba a amanecer y con el sol llegó la esperanza de alcanzar tierra sin hundirnos. Nos invadía la alegría, al ser conscientes de lo cerca que estuvimos de una tragedia total. El pronóstico para el día siguiente era de calma chicha y así pudimos alcanzar Puerto América en la bahía de Cádiz en donde pudimos descansar con la felicidad de haber vuelto a nacer.

Unas semanas después el Formosa fue desmontado entero para recibir todos los cuidados y atenciones por si en un futuro necesitara embestir rabiosamente contra algún mercante no digno de navegar por los mares del planeta.

 

Análisis del siniestro

Durante las guardias, cada 25 minutos salíamos a la cubierta a otear el horizonte. En la noche y con velas, el ángulo muerto puede ser muy importante y es seguro que en esa dirección debieron aparecer las luces del mercante, a 10 millas en la lejanía. Pero con los 7 nudos del velero enfrentados a 25 nudos del mercante en direcciones opuestas y rumbos de colisión, bastan pocos minutos para un encuentro letal.

La falta de amperios en el parque de baterías nos obligaron los últimos días a navegar con el radar apagado. Un error terrible, pues el radar nos hubiera "cantado" el mercante sin la menor duda.

Nunca hemos llegado a saber el mercante que transitaba en aquellas aguas, a pesar de las oportunas reclamaciones. Podemos llegar a entender que el oficial de guardia descansara somnoliento en el puente de mando y no estuviera atento a la pantalla de su potente radar. Pero el impacto fue ciertamente sonoro y es inadmisible que tras el brutal abordaje ni siquiera contestaran a la llamada de “May-Day”.

En el momento del choque navegábamos con las luces de navegación encendidas, llevábamos un reflector de radar de tipo tubo en el tope del palo y uno de placas de tipo romboide en la cruceta. Llevaba incluso encendida la luz de fondeo con un led de alta potencia lumínica que es muy visible incluso a grandes distancias.

 

¿Por qué no vimos el barco?

Es algo que ni Marcos ni Baldo acaban de entender. Pero parece claro que el mercante debía navegar justo en el ángulo oculto por la génova. No vimos nada de nada hasta recibir la brutal embestida.

Sólo sé que navegábamos a vela con “preferencia”. Que no estábamos en el canal de navegación. Que no había niebla y que las luces del Formosa se ven sin ambigüedad a gran distancia, pues son muy potentes. La preferencia de un velero frente a un gran barco a motor es un puro mito y no espere que cambien de rumbo. El peligro es de muerte.

El marino que anduviera de guardia en el mercante debía ir dormido o completamente borracho… no le importó un “carajo” el impacto. Es difícil pensar que un radar de un mercante a 30 metros de altura no pueda “ver” un velero de 12 metros de eslora. El choque pudo ser aún más terrible y si en vez de golpear por la amura, nos coge al velero en un rumbo más abierto y atravesado a la proa del mercante, sin duda lo habría partido en dos y pasado por la quilla.

 

Criminales en la mar

Ciertamente la mayoría de los barcos mercantes y sus capitanes son auténticos profesionales comprometidos con su trabajo. Pero lo ocurrido a Marcos y Baldo no es un hecho aislado.

En Fondear.com hemos conocido más casos como el de otra pareja de Malagueños que fueron también arrollados, con peor suerte en el Caribe, por un mercante que también se dio “a la fuga”, aunque por fortuna los aventureros del velero lo pudieron contar y salvaron sus vidas. Pero existen otros muchos casos que pasan inadvertidos a la opinión pública, amen de los siniestros que nunca conoceremos por acabar en absoluta tragedia.

Lo más humillante es la impunidad con la que algunos mercantes actúan en alta mar. Pilotos dormidos,  o borrachos. Moles de acero con pabellones de conveniencia, con tripulaciones tercermundistas mal formadas y oficiales sin escrúpulos. Equipos de vigilancia en mal estado, radios apagadas o peor aún, mensajes de “May-Day” silenciados y no atendidos por miedo a las responsabilidades civiles o penalizaciones en la póliza de seguro o a la cárcel por negligencia con resultados de tragedia. Es la pura realidad.

 

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