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La nocturna perfecta

 

Si navegar por la noche representa una actividad diferente a la de hacerlo de día, el buceo nocturno es algo completamente distinto al diurno, por muchos aspectos. Y cuando se agolpan un cúmulo de circunstancias positivas, la experiencia puede llegar a convertirse en algo único, casi mágico.... ¡La nocturna perfecta!

Bucear por la noche desconcierta por la falta de orientación. La linterna de buceo solo ilumina una pequeña parte del entorno, y al desplazarnos, las sombras, los rincones, todo cambia. Las luces de los demás compañeros de inmersión pueden arrojar algo más de luz al panorama pero también son capaces de deslumbrarnos.  La vida nocturna de los animales marinos es completamente diferente de la que vemos al bucear de día, y hasta el tiempo parecer discurrir de manera distinta.

Maaya Thila es un pequeño atolón  de las Maldivas, perteneciente a la zona de “Ari” al Oeste de Male su capital. En esta zona del mundo las aguas son benévolas y en raras ocasiones encontramos mala mar. Sin embargo las corrientes entre atolones son fuertes, por ello es más que recomendable la presencia de un instructor local que sepa localizar los puntos de inmersión y sobre todo, saber en que momento debe uno tirarse al agua para evitar los movimientos de las masas de agua.

La corriente era pequeña y por tanto pudimos evitar este serio inconveniente, sobre todo para una nocturna. La inmersión comenzó como era de esperar, con  los chorros de luz de los compañeros moviéndose en todas direcciones y creando esa atmósfera de ciencia ficción y de película del espacio. Algunos compañeros llevaban potentes focos con iluminación led que lanzan fuertes haces cónicos de luz muy blanca, intensa y con escasa dispersión.

 

A medida que ganamos profundidad nos íbamos adaptando al nuevo entorno y uno comienza a fijar tu atención en los detalles de todo lo que le rodea. Hay muchos peces que sencillamente duermen y están tal cual en sus rocas flotando entre dos aguas sin sentirse aparentemente molestados lo más mínimo por nuestra presencia.  Naturalmente no están acostumbrados a que nadie baje a saludarlos en plena oscuridad! 

 

 

 

 

 

 

Los colores cambian de forma drástica pues todo lo vemos a la luz de nuestras linternas que ofrecen luz más blanca a la que filtra el sol a través de la gruesa capa de agua. El cromatismo es muy intenso, y aparecen pigmentaciones y colores intensos y desconocidos en especies de animales que creíamos conocer muy bien… Y entonces empezó el espectáculo.

Entre unas rocas se escondían millones de pequeñas gambas de solo 2 ó 3 milímetros de longitud, que atraídas por la luz se acercaban en enjambres semitransparentes hacia nosotros mordisqueando las manos, única parte del cuerpo desprovisto de la protección del neopreno, y dándote un enérgico masaje que incluso llegaba a ser intimidatorio por lo enérgico de sus pinchacitos.

Poco después y surgido de la nada a solo un metro por debajo de mí me adelantó un pez gris plateado, de unos dos metros de longitud. ¡Sin exagerar dos inmensos e interminables metros de eslora! Por el tamaño pensé que debía de tratarse de un tiburón, pero nunca me lo pareció, mientras me pasaba justo en mi vertical y entre las piernas. ¡Carajo! Era una barracuda! Pero que barracuda… Jamás pensé que pudieran existir de este brutal tamaño. Se movía de forma errática y con parsimonia, ignorándonos a todos pero atraída por nuestros chorros de luz. Una y otra vez nos acompañó durante el resto de la inmersión. ¡Qué barbaridad de barracuda!

Los focos de nuestras linternas nos permitían iluminar varios tipos de peces nadando entre las rocas y de diversos tamaños, que posiblemente se encontraran de cacería nocturna en estas cálidas aguas  del atolón.

De repente entró en escena y justo dentro del chorro de luz un tiburón punta blanca que aprovechaba nuestros haces de luz para ir detrás de lo que nosotros íbamos iluminando. No podíamos imaginar que nuestras luces fueran a ser utilizadas por los tiburones como radar o faro detector.

¡Qué espectáculo! Allá donde iluminábamos un pez, aparecía un tiburón punta blanca intentándole dar caza. Curiosa sensación la que sentíamos mezcla de sorpresa por lo inesperado de la situación, respeto por la cercanía a la que se desarrollaba la acción, y precaución no fuera alguien a iluminarnos directamente a nosotros!

A menos de 3 ó 4 metros presenciamos como el punta blanca se merendaba un pez de unos 30 centímetros de largo. Todo ello se desarrollaba cerca del fondo a unos 10 ó 15 metros de profundidad, y mientras permanecíamos semi parapetados en una gran roca del fondo por si las cosas pudieran ponerse molestas.

Entre tanto apareció una enorme morena de esas que tienen un tronco de 20 centímetros de diámetro nadando entre dos aguas cual sinuosa serpiente y también a pocos metros de nosotros. Su tortuoso movimiento cambió repentinamente de trayectoria cuando vimos aparecer a una segunda e igual de grande morena a su lado, lo cual dio lugar a un acontecimiento que hasta ahora tampoco habíamos tenido la suerte de contemplar.

Las dos morenas, una marrón oscuro casi negro y la otra creo recordar beige claro, se comenzaron a pelear ferozmente como jamás había visto. Erguidas en vertical enfrentadas frente a frente mientras sus colas se enroscaban una en la otra para no dejarse escapar, las dos se lanzaban agresivos bocados a pocos metros de nosotros. Asunto territorial, sexual, quien sabe.

                       

 

El caso es que teníamos ante nosotros dos enormes  morenas como dos dragones o serpientes enroscadas entre sí, y en plena violencia desatada. A los pocos segundos una de ellas logro zafarse de la otra y salir huyendo tras recibir una fuerte dentellada que la dejaba herida con un fuerte desgarro en su cuerpo. Y todo ello ocurría a no más de 4 metros de nosotros como si simplemente no existiéramos. Nos sentimos espectadores de excepción de la dureza y crueldad con la que se desarrolla la vida nocturna en los atolones más vivos del mar; en Maaya-Thila.

  

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Fotos del grupo Maldivas 2007/2008 a bordo del Carina

Gracias a Sonia - a Joan - a Alberto


 

 

 

 

 

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